El triunfo de la sonrisa

Déjame decirte que te vi ayer. La primera vez que te acaricié; desde lejos, con la mirada, pero fue suficiente. El brillo almendrado de tus ojos olía a miel cuando me acerqué. Oí tus manos dibujarle palabras a un extraño, ¿quién era ese ladrón? Porque sonreías lo descubrí robándome el dulce amargo de tu amor, mi amor. Flacas horas de luz me sepultaron en la oscuridad del miedo a perderte. Noche de saetas que rasga el aliento, eterna como el hambre que arrastra los pies de los moribundos.

Si por ello he muerto bien vale la pena, pero mi alma continúa respirando tu imagen. Resucitaré tantas veces como el color de tu pelo susurre al viento destellos apasionados, ilusiones que gritan al vuelo la sed de tu piel.

¿A qué huele la sonrisa? No lo sé, a música quizá. A mí me sabe a victoria. Hoy lo vi llorando a tu puerta, paladeando el sinsabor transparente de las lágrimas de la derrota. ¡Por ladrón! No es losa pesada y áspera la compasión de verlo, sino suave luz de primavera que jura convertir en fruto colores y olores; sabores de siluetas, igual que la tuya, enmarcada en el trasluz de la ventana. Te escondes y te muestras en el mismo cuadro. ¿Quién se atreve a llorar tu ausencia si el vidrio se funde ante ti? ¡Más que ladrón, ingrato!

Triunfará la sonrisa y el ruido de los cristales se mezclará con nuestras miradas y besos. ¡Mágica victoria!

Aplaudirán, la envidia y admiración como si fueran manos del mismo cuerpo, aplaudirán todos mientras se consume la llama eterna; pero al Olimpo…, al Olimpo solo ascienden los sentimientos más intensos.