julio 19, 2010

Encuentro y rape inolvidable

       Este sábado pasado, nos reunimos Teresa y Raúl, Natalia y Ferrán, y María y yo; las tres parejas visitamos Mugardos, el pueblo de Teresa, de su infancia. Inolvidable e inolvidable el rape que comimos. Hay que volver; además, nos queda pendiente el pulpo a la mugardesa.

Podría hilar hasta no terminar nunca una imagen de adjetivos, pero es mucho mejor que lo visitéis personalmente; así, también, podréis saborear los frutos de ese pueblo marinero y catar los vinos blancos gallegos (son muy buenos). Me planto aquí, agradecido a Teresa y su marido por su amable y generosa hospitalidad y a Natalia y Ferrán, otros dos compañeros de aventuras, entrañables y sabios. Muchas gracias a los cuatro, de parte María y mías; os las merecéis.
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julio 13, 2010

Martes y 13

¡Anda, no es mala leche ni nada! ¡Qué ironía! Metidos de lleno en la implacable resaca, con la cabeza como un "balón de fútbol", descubrimos que, después de desbordar felicidad a raudales(raudales, no caudales; puntualizo, qué éstos últimos, aunque parezca mentira, continúan siendo escasos), el día de después resulta ser martes y 13. Ayer no me di cuenta, lo juro. No me extrañaría que la culpa la tengan los condenados de los políticos, en absoluto; son capaces de cambiar los días del calendario a propósito para que volvamos a la crispación de siempre. Tanta felicidad no puede ser sana. ¡Je je je!.

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julio 12, 2010

¡¡¡CAMPEONES!!!


Hemos ganado, somos campeones; todos.
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julio 08, 2010

Jueves Relatos: Amor



Amores que refrescan

Treinta grados, húmedos y calientes. Le robé las flores al jarrón de la sala y me fui a la cocina. La casa era nuestra, de los dos, nadie se interponía entre nosotros; se habían ido todos a la playa. Ella y yo, uno frente al otro… Espera –le dije–, aguarda un momento, ni te muevas; voy a bajar un poco el aire acondicionado.
Me acerqué al interruptor marcha atrás, para que no viese las flores que escondía a mis espaldas. Así estaremos mucho mejor, y me acerqué. Con una sonrisa más redonda que la luna llena, deleitándome de placer, agarré el asa con suavidad y tiré; despacio, jugando con al vaivén del abre y cierra para sentir su frescor en la cara. Abierta de par en par, alcancé la jarra de agua y, con un movimiento a lo Jhon Wayne, metí el ramo dentro. Son para ti y se las dejé encima.
Ya con las dos manos libres, introduje una en su interior, notando la vaharada de frescor y me serví la sangría de cava que me estaba enfriando.
¡Te quiero! –casi le grité de placer–; y le volví a cerrar la puerta con mimo y delicadeza. Así, para que no te descongeles nunca, ¡amor mío!

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julio 01, 2010

La ternura, un canto a la esperanza

A veces, cuando menos se espera, nos sorprende una imagen que se desmarca del cuadro cotidiano. Hoy, camino de casa de mis padres, en un tramo cuesta arriba y estrechado por las obras, me vi obligado a aminorar la marcha. Dos ciclistas, padre e hija, uno a la par del otro, apuraban la pendiente como si se tratase de un puerto de primera. La chiquilla, de nueve o diez años, pedaleaba a un ritmo más alto y con las dudas de equilibrio de los primerizos y el padre la arropaba con la cadencia del experto; moviendo con firmeza los pedales, mientras empujaba con una mano las espaldas de la aprendiza.

Quizá por tener el sol de frente, camino del ocaso, quizá por la estrechez de la vía y el caos de las obras (auténtica metáfora de la realidad actual), quizá por la escena entrañable, un gesto de absoluta ternura, o quizá por las tres al mismo tiempo; me sentí conmovido. No he podido evitar, mientras, obligado, acompasaba la marcha para mantenerme a su paso, contemplarlos y sentirlos como un canto a la esperanza, al optimismo. Una esperanza que ascendía a pesar de las estrecheces de las reformas, empujada por el amor del padre y la ilusión de la pequeña; todo ternura, ternura entrañable con el sol al frente. Descubrí la dureza del esfuerzo en el rostro colorado y sudado de la niña cuando los sobrepasé; pero también la sonrisa tranquila y alegre de su progenitor por haber alcanzado la cima. Y yo realicé lo que me quedaba de camino esperanzado y optimista, con esa cara de bobo que nos queda cuando nos sorprende la felicidad.
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