mayo 29, 2009

Sabados de Mercedes: Entre vías





Entre vías

Ojalá no oiga mi mujer lo que voy a decir, porque no me deja salir más de casa. Todos guardamos en la intimidad de nuestras propias tienieblas alguna que otra fantasía que, con seguridad, jamás lograremos convertirla en real. Al hablar de fantasía, sí, a esas me refiero, sí; no hay equívoco posible. ¿Qué otra, sino una aventura de bragueta? Bajos instintos le llaman y pobre de quien los confiese. Nos queremos muy poco cuando reprimimos o permitimos que nos repriman nuestros deseos; no me atrevo a decir más nobles porque entonces ya me condenarían de por vida, pero sí me arriesgo a calificarlos de auténticos (después de esta puya, lo mejor es irse y continuar con el Sábado de Mercedes, con el viaje).

Al hablar de viaje lo primero que pienso es en el tren, siento una especie de cosquilleo melancólico y aventurero a la vez. No elegí por casualidad estos dos adjetivos, aparte de mi experiencia con el medio de locomoción citado, contienen por sí mismos auténtico sentido. Basta con recordar las dos maneras de sentarse: si viajamos de cara es imposible no emocionarse con las imágenes que vamos descubriendo y, en cambio, si vamos de espaldas, todo ese mundo se descompone en sensaciones y recuerdos. Hagan la prueba, vivan esa experiencia quienes aún la desconocen y comprobarán cuánto hay de cierto en lo que digo.

No puedo evitarlo, tanto que hace tiempo que me ronda la idea de cargar con el portátil y recorrer medio país escribiendo al dictado de las sensaciones. Si aún no me he decidido es porque también me da miedo. Y aquí es dónde surge de nuevo la fantasía. La verdad, no sé por qué, pero me atrae la idea de una aventura entre estación y estación, un aquí te pillo y aquí te mato, pasión y desenfreno al ritmo del tra-ca-tra; para despedirme en el siguiente andén como si se tratara de la propia vida. Nunca se sabe, quizás por eso me asusta; si se cumplen las fantasías ¿qué nos queda después? ¿Nada? No quiero imaginármelo, sería horrible.

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mayo 19, 2009

"La asesina de los ojos bondadosos"



Siento no haber podido acompañaros este sábado, no he podido subir al bus. Siempre me cuesta, el fin de semana son días dedicados a la familia y es un tiempo que no se puede negociar; si acaso robarle unos minutos aquí o allá, pero muy de vez en cuando. Agradezco todas las visitas y comentarios, no puedo evitar sentirme culpable por la incapacidad de estar a vuestra altura, pero al mismo tiempo también me siento entrañablemente más cerca de todos.


Continúo con el comentario: "La asesina de los ojos bondadosos"


No acostumbro a hablar en público de las lecturas y aún menos de los libros, razones de peso me apoyan; pero me quedo con la más caprichosa: no me gusta y menos cuando se trata de un conocido a amigo. Otra más difícil de confesar: me da vergüenza porque casi nunca coincido con los demás a la hora de ver e interpretar lo leído.

Lo más cercano, para mí, de Andalucía es la voz de mi madre, una gallega que canta como si naciera entre fandangos, sevillanas o colombianas, sobre todo colombianas (mi infancia es una emoción inexplicable y la boca abierta de los vecinos que dejaban sus quehaceres para oírla cantar, siempre a escondidas; cantaba a solas cuando creía que nadie la escuchaba). Aparte de esto, salvo la anécdota del librillo “Jean” (nombre de un papel de fumar que hasta que fui al colegio confundí siempre con Jaén), no sé mucho más.

Supongo que nadie entiende por qué digo todo esto, ni yo sabría explicarlo; tampoco es importante, si acaso una muestra de mí complicada manera de entender un texto. El caso, creo, es que viene a cuento, porque nada más entrar en Jaén comencé a presentir la proximidad del mar, lo digo con sinceridad y desde donde casi se oyen los embates del Atlántico, a pesar de que Google Earth diga lo contrario, Jaén tiene mar: “…un gigantesco mar de olivares”, leí al llegar al capítulo 3 en la página 33; la confirmación del presentimiento. Ahí me atrapó “La asesina de los ojos bondadosos”, a partir de ahí comencé a pensar. Sé que no es lo correcto, pero es lo que me ocurre; inevitablemente, ante las emociones la mente discurre y se pierde en elucubraciones. Pero no es en balde, nada de eso, al contrario, porque cuando consigue hilar un pensamiento satisfactorio me emociono como un niño. Después, al continuar con la lectura, tras las palabras “Somos de donde nacemos”, descubrí algo que venía intuyendo, mejor dicho, que la autora me incitaba a intuir: “…los olivos eran árboles fuertes, duros y acostumbrados a sufrir, apegados a los suyos”, “...resucitaban al ser cortados por el tronco y la única forma de matarlos era arrancarlos de raíz”. También puedo decir que me recordó a Kapuscinski, un autor al que tengo entre los preferidos, pero lo verdaderamente importante ha sido su lectura, un tipo de lectura de la que me aparto como del hierro candente. No porque me disguste, al contrario, me falta valor para sentirla y por eso la pienso, prefiero pensarla, encontrarle las reflexiones que nos eviten los sufrimientos y los vientos de Levante.

A pesar de los deseos de visitar Jaén que me dejas; bikiños, Felisa.


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mayo 09, 2009

Sábados de Mercedes: Estoy en una isla



Estoy en una isla
y solo quiero echarle la culpa a alguien, ¿pero a quién?, si todavía soy demasiado joven. Atrapado en un sueño recurrente, un sueño placentero con final de pesadilla, sin un miserable madero que utilizar de flotador. Hablan de barcas, barcos, hasta yates de lujo; ¿en qué mar, hacia dónde navegan que en vez de acercarse se alejan? Algunos le llaman vida, yo prefiero llamarle isla.
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mayo 01, 2009

Sábados de Mercedes: Cartas que rompe el cartero


Aprovecho para subir el relato..., se me presenta un fin de semana "movidito". Lo más seguro es que hasta el domingo a última hora no pueda subir al bus, por lo que felicidades a todas las MAMÁS.



Cartas que rompe el cartero

Hola, cielo:

Disculpa que te lo diga por carta y no en persona. Sinceramente creo que es mejor así, nos ahorra un mal trago que no queremos ni debemos sufrir. Desde siempre he meditado mucho sobre nuestra relación, evidencia de que nunca nos resultó satisfactoria al cien por cien. Nos amamos, sin duda, intensa y apasionadamente; yo te amé y tú me amaste, los dos nos entregamos con generosidad, sin reservas. Uno y otro hemos invertido cuanto teníamos en el amor, nuestro amor; nadie nos puede acusar de egoísmo innoble.

Aun así, ante un AMOR (en mayúsculas, lo podemos decir sin reparos), por increíble que parezca, existió el desencuentro. Como he dicho, después de reflexionar, de preguntarme por la causa que nos privó de la plenitud, he llegado a la conclusión de que es cierto que nos amamos, sí; pero nos amamos a destiempo. No erramos nosotros, ni nuestros sentimientos; simplemente no hemos coincidido con el lugar ni con la hora. Cuando uno se acercaba el otro se alejaba y al revés, da igual quien amase primero o de último, la distancia entre nosotros fue siempre la misma; insalvable.
Para mí, aparte de un recuerdo grabado a fuego (del dolor de esta decisión, más que comentarlo, desear que disminuya tal cual es: una operación de cirugía), me quedo con una lección que quizá nos resulte útil a los dos: si con amar fuera suficiente... Al final, hasta la carta parece adquirir sentido; absurdo sería no encontrarse para el amor y, en cambio, coincidir en el dolor de la despedida.

Necesito tiempo, que se calme el dolor; continuar con la distancia hasta que podamos ser amigos, para no sufrir en el encuentro.

No, nunca te olvidaré; ojalá algún día pueda disfrutar del recuerdo de este instante con la misma intensidad que ahora me duele…
Un beso, eterno…
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