Hablaban de amor en la mesa de al lado y eran las diez de la mañana. Mi hora de engañar el nuevo día con la vieja rutina del café y el periódico. Estaba acostumbrado al trasiego de los coches que se veían a través de la ventana; al trasiego de clientes, camareros y cajas registradoras; me había acostumbrado al ajetreo y, a la vez, éste aislaba mi mesa en un rincón de tranquilidad y sosiego.
Cuando aquella pareja, que ni siquiera puedo describir, pasó a mi lado y ocupó la mesa que quedaba a mis espaldas, no imaginé que me iban a atrapar en una conversación ajena. Por educación, me había esforzado en no escucharlos, pero el volumen de sus voces era demasiado alto para dejar de oírlos. Te quiero, le decía él. Lo sé, y yo a ti; correspondía ella a sus palabras.
Hablar a esas horas de dinero, de trabajo, de la carencia de éstos en mayor medida; de política, religión, etc.; es una manera de masticar ruidosamente el desayuno. A pocos les importa ser oídos, porque pocos son los que escuchan. Pero aquel modo de alimentarse me resultaba perturbador. Vi como te tocaba el culo y no me gusta que ese cabrón te sobe. No seas celoso cariño, sabes mejor que yo que no puedo evitarlo; ¿qué quieres que haga? Ya, pero me jode que actúe como si tuviese derecho de pernada. La sensación de que el café estaba muy cargado aumentaba por momentos. También a mí, ¿cómo quieres que te lo diga?; necesito el dinero para la hipoteca, mi marido está en paro y él paga bien. Así paga cualquiera. Por favor, no seas niño; no soy más que otro de sus caprichos, como lo fue Julia, Elena..., y tantas otras; si lo sabré yo. Ya, pero… Pronto encontrará un nuevo juguete y habrá pasado todo. Y mientras tanto, ¿lo nuestro qué?
Si pudiera esconderme entre las hojas del periódico, creo que lo haría. Ataba la vista a los titulares para no caer en la tentación de mirar hacia atrás. Desconocía la razón, pero me negaba a conocer a los protagonistas de aquel idilio. Algo dentro de mí me decía que aún no estaba preparado ¿Preparado para qué?, no lo sé. Tan sólo quería evitar que sus asuntos fueran los míos. ¿Lo nuestro? Sí, lo nuestro. Bobo, si serás bobo. Te deseo y no aguanto más. Y yo, mira como me pones, estoy toda mojada. Apuré el café, temía estar sufriendo una hiperacusia no dolorosa, o sí, ¿quién lo sabe? Veámonos después del trabajo. No, hoy no; lo más seguro es que tenga que quedarme hasta tarde. Busca una disculpa. No puedo, por favor, no insistas; necesito poner al día la facturación de los últimos pedidos. ¿Y me vas a dejar así? ¡Uff!, ¡cómo estás!; pasado mañana, nos vemos pasado mañana; mi marido se va de pesca y no vendrá hasta la noche. ¿Pasado mañana?, imposible, mi mujer tiene una cena de la empresa y he de cuidar de los niños.
Pedí la cuenta.
–¿Ya se va?
–Sí, hoy tengo que irme.
–¡Qué raro! Es la primera vez que lo veo con prisa.
–¿Te has enamorado alguna vez? –no pudo más que abrir la boca para dibujar un enorme y silencioso “qué”? –yo sí, pero hace mucho, mucho tiempo.
El “qué” se convirtió en “ah” y yo abandoné el local ante la perplejidad de la camarera.