La primera vez que subí a un cerezo envidié a los pájaros. No sólo descubrí lo pequeño que era, sino que también vi el tejado de casa. Cuanto más alto trepaba, más empequeñecía el pueblo y se alejaban y bifurcaban los caminos. Al igual que las ramas del árbol, se dividían y debilitaban hasta convertirse en cerezas inalcanzables; rojas como el horizonte que se desvanecía en el infinito. Si pudiese volar, ascender a lo alto de la copa, donde los frutos maduraban en joyas a la luz del sol. Sin alas, sin la ligereza de sus plumas, ni mis fuerzas ni la delgadez extrema del cerezo me permitían alcanzarlas. Y a mi alrededor todavía estaban verdes, inmaduras como yo. A voces me lo recordó mi madre. Te mato, baja de ahí que te mato, no te das cuenta que te puedes caer y hacer daño. Comprendí entonces lo que asustaba mirar hacia abajo. Ella continuaba gritando, no comas así las cerezas, están calientes y sientan mal. No se daba cuenta que a mi altura eran incomestibles y para las otras se necesitaba volar, ser un pájaro.
Entre tanta insistencia de la Religión, los Estados, Prensa Escrita y Audiovisual e Instituciones de todo tipo, a mostrar lo peor de nosotros, es un placer y un buen estímulo a la autoestima encontrarnos con noticias como ésta de La Voz de Galicia, publicada el día 20/03/2009 en la contraportada.
ME ACUERDO DE una “portuguesiña” que me sorprendió mirando al mar. Una voz suave, melodiosa, se acercaba a los acantilados para romper en un grito. Un estruendo que vestía las piedras de blanco. Las notas se perdían entre las grietas y se descolgaban como las olas hasta unirse en un manto que se extendía y retiraba acariciando la arena y los sentidos. Cuando parecía callada, volvía y explosionaba desgarradora. Un lamento de burbujas que se licuaba lágrima a lágrima, parecían llorarlo las rocas, y se iba; se alejaba como si quisiera arrastrarnos con él. Callaba y renacía con un aullido atronador.
Si no conociese el mar diría que en Portugal cantaba, cantaba con voz de mujer y lloraba cantando. Pero eso era imposible. Me asomé al borde del acantilado para ojear la pequeña cala y allí estaba la “portuguesiña”. Paseaba descalza, vestida con una túnica blanca, sus huellas se iban como su voz, al retirarse las olas. Y surgían bajo sus pies estampadas; como el mar cuando se batía.
Volví a la mañana siguiente, con la ilusión de oírla de nuevo, y ella y el mar también volvieron. Varios días, hasta que la sirena portuguesa me descubrió a mí; al verme calló. Calló y se fue, se alejó silenciosa, sinuosa; ondulante como su vestido blanco.
Dediqué más de la mitad las vacaciones a espiar entre las piedras, escondido, con la esperanza de que volviese la “portuguesiña”. Deseaba oírla cantar, deseaba batirme y rugir como el mar; pero las olas se iban y volvían, volvían una y otra vez, cada mañana, de vacío.
Mi estancia en Portugal se agotaba, se iba también con los días, como ese viento que arrastraba el océano, inmenso como la tristeza que comenzaba a devorarme por dentro. Se batió el mar, explotó y mis ojos burbujearon al no oírlo cantar. Desconsolado, despacio, me levanté del escondrijo y di la vuelta con los ojos cerrados; que allí el llorar es canto.
Cuando los abrí, una melena negra sobre un vestido blanco y una sonrisa me extendían la mano con una nota. Agarré el papel fuerte, muy fuerte; como si en aquel momento las olas me golpeasen a mí por dentro.
Lo desenvolví, impaciente, antes de que el océano se estrellase de nuevo en los peñascos.
“Si vostede gosta do mar, gosta do fado”
“Cancâo do mar”
Sin verme, se que me brillaban los ojos cuando levanté la vista, pero ya las olas se alejaban por la arena cantando, suaves, livianas, entre sonrisas; las suyas y las mías.
Un nuevo batir del mar gritó:
—¡Papá! —y me volví a mi mundo, mi realidad—, nos tenemos que ir, dice mamá que aún faltan regalos por comprar.
COMPOSICIÓN MATAR: (Verbo) Hacer algo para no hacer nada. EL: (Artículo determinado masculino “singular”) Son tantos los tiempos, tan variados, que alguno necesita ser único; singular. TIEMPO: (Sustantivo abstracto, muy abstracto); ya lo explicó Einstein…
CONTENIDO DEL ENVASE Nada, absolutamente nada; una disculpa para disimular el aburrimiento ante los demás.
INDICACIONES Cuadros de aburrimiento, pereza, holgazanería, escaqueo; útil en las esperas de consulta médica de la Seguridad Social, los transportes públicos; indispensables para jubilados, parados y otras aves similares.
CONTRAINDICACIONES Especialmente contraindicado para las amas de casa que trabajan fuera, para jornadas de más de diez hora de trabajo; incompatible con la alarma del despertador y con aquellos que llegan tarde a las citas.
PRECAUCIONES En casos severos, si se opta por dispararle al reloj, asegurarse de acertar el en el blanco; no es lo mismo detener el tiempo que matarlo directamente. Otra opción menos lesiva, como puede ser matar moscas, mejor a cañonazos. Cuanto más complicado, más efectivo resulta, siempre que no sea fatigoso; agotarse por nada es tontería.
INTERACCIONES Se ha de interrumpir la matanza antes de que otros nos obliguen a ello. Es aconsejable detenerse justo cuando aquellos que nos rodean comienzan a ponerse colorados, con la mirada amenazante o actitud desesperada. En caso de sobre dosis acuda con los afectados, por lo general quienes nos rodean, a un centro lúdico, invitarlos a un trago o contarles un chiste (imprescindible que éste sea gracioso).
POSOLOGÍA Se recomienda ir de menos a más, hasta alcanzar la dosis adecuada; se requiere práctica. Comenzar matando el tiempo entre horas, entre una tarea y otra; hasta adquirir la habilidad apropiada. Olvidar los asuntos importantes es un buen indicio de tiempo muerto.