diciembre 04, 2008

Trini la vecina del quinto

Abre el portal, regresa. Afuera queda la calle, la noche, los neones rojos y la música desgarrada. Enciende la luz de la escalera y una bombilla amarillenta le da la bienvenida. El resplandor se acerca despacio, como los ocres de otoño, y se posa con suavidad sobre su cuerpo. La rodea, la acaricia, desciende hasta sus pies. Es el perro fiel que le ilumina el camino y guía sus pasos hacia un cuento inconfesable. La puerta se cierra detrás, censura el momento como el telón de un teatro decimonónico.

No importa, podría verla a través del muro más opaco. Trini —porque cuando deja la calle y entra en el edificio, es Trini, la vecina del quinto—, emite calor suficiente para que las noches sin luna resplandezcan como un mediodía de mayo. Su solo recuerdo es presencia viva que despierta los deseos más obscenos.

Ahí acudo a contemplarla y así deseo imaginarla: en el portal, transformada en Trini. No en la calle, donde tiene nombre de canción, de protagonista; cuando los verdaderos protagonistas son extraños.

Ha venido pronto, a finales de mes escasean los clientes con dinero. Bajo a recibirla, le abro la puerta del ascensor y la espero. Dentro, se acerca a uno de los laterales. La miro a los ojos con decisión y me sostiene la mirada con la boca ligeramente abierta. Sin desviar mis ojos de los suyos, acciono el pulsador de la planta número cinco. El ascensor se pone en movimiento y a ella se le escapa un suspiro. Con la punta de los dedos golpeo el ala del sombrero y avanzo a ritmo de tango. Su respiración se acelera, se torna más profunda y espesa; sus pechos parecen adquirir vida propia, tratan de zafarse del encierro; junta más las piernas y aprieta los muslos; un imperceptible temblor mueve sus labios, pero no rehúye la mirada. Me aproximo hasta sentir que la rozo con el pecho. Su cuerpo se agita, sus senos suben y bajan cada vez más rápido. Sin atropellos, le acerco una mano al rostro y, temerosa, sin dejar de mirarme, ladea un poco la cara. Con un leve gesto, le retiro un mechón de pelo que le cae sobre la frente. Vuelve a suspirar.

En la música de ambiente suena la melodía "Malena".

Mi boca busca la suya. No la rechaza, sólo gira un poco la cabeza para que beba de sus labios. Espera el beso con los ojos cerrados y pega su cuerpo al mío. Noto sus medias, su faldita corta, su blusa escotada; siento sus muslos, el temblor de su vientre, sus pechos con los pezones como lanzas. Un cosquilleo eléctrico me recorre la espalda. Soy incapaz de continuar más allá de un suave roce de labios. Su aliento me embriaga. Sedienta, abre los ojos y me interroga con gesto turbado. Me abraza, me atrae con firmeza, quiere besarme. La detengo con un dedo, al borde de los labios, que se desliza sobre el húmedo carmín. Juega a morderlo, sonríe.

En el panel de mandos parpadea el número cinco. La melodía continúa sonando.

Le separo las manos de mí, la giro, la vuelvo de frente al espejo del fondo. Se deja. Abre un poco las piernas y arquea la espalda. Poso mis manos en sus muslos y empiezo a subirlas muy despacio. Asciendo por el contorno de su silueta, pasando por las caderas, la cintura y los costados, hasta llegar a sus brazos. Se los levanto y los sostengo contra el cristal. Me aprieto contra ella, le hago sentir de nuevo mi cuerpo. La beso en el cuello, aspiro con fuerza el aroma de su nuca. Flexiona las rodillas, no la sostienen en pie. Gime y jadea, sus sonidos son roncos. Insisto con los besos: uno, dos, tres, cuatro, cinco...

Quiero seguir, acompañarla a su casa, a su cama. Desnudarla beso a beso. Convertir mi lengua en una púa y sus pezones en cuerdas de guitarra, oírlos vibrar. Arrancar de sus jadeos notas, melodías. Mezclarme con su ardor, su aroma; con sus temblores y espasmos. Acariciarla; arañarle, suave, muy suave, la espalda, las nalgas, el interior de los muslos, hasta que la muñeca de porcelana se transforme en una tigresa de bengala. Beber de su manantial de la vida, abrir con un abracadabra la cueva de Alí Baba y los cuarenta ladrones. Llegar a su corazón a través de su cuerpo. Convertirla, al menos un día, en la actriz principal. Pero cuando la puerta del ascensor se abre se apagan las luces y cesa la música.

Mañana, tan pronto el profesor remate con la última clase, saldré del instituto y, a toda prisa, recorreré el camino de vuelta a casa. Todo mi tiempo se ha convertido en un instante: encontrarme con ella, coincidir en el portal. A esas horas comienza su jornada. Nos saludaremos y bajaré la vista avergonzado. Sonreirá maliciosa, como si adivinara mis cuentos lujuriosos. Volveré a levantar la vista cuando me dé la espalda. Me gusta mirar como abre el portal y sale a la calle; contemplar como, bajo la luz de las farolas, Trini, la vecina del quinto, se transforma en tango.

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6 comentarios:

Ave Mundi Luminar dijo...

Me ha gustado si señor... por un momento, has conseguido que tomase las maletas para viajar 25 años atrás, para desear a hurtadillas a mi propia "vecina del quinto" a caballo entre lo prohibido y lo necesario.

Saludos y buen fin de semana.

XoseAntón dijo...

Buen fin de semana Ave Mundi Luminar.

Algo ha de tener esa vecina para que, incluso los que como yo, nunca han vivido en un edificio con más de cuatro plantas, la llevemos en la memoria.

Gracias por la visita

Aprendendo na web dijo...

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XoseAntón dijo...

Lo siento, Aprendendo na web, no comprendo lo que intentas decirme. Utilicé traductores, incluso soy gallego; pero no soy capaz de entender lo que me has escrito.

Saludos

Paco dijo...

Jope, XoseAnton me ha puesto a cien la ultima parte. Chico he visto la escena en primera persona.

Por cierto el comentario ese raro es una repetición de palabras sin sentido, en fin siempre hay gente rara que no tiene otra cosa que hacer rarezas.

Un saludo

XoseAntón dijo...

Hola Paco, me alegro de que lo disfrutaras; de eso se trataba: unos instantes de pasión también vienen bien.

Un saludo